On the first Sunday of Advent, Father Porras preached a straightforward yet challenging homily. His point was that Advent is a season of penance because the coming of Jesus requires fundamental changes in the way we act and think. Apart from Christ, our relationships with people, with the world, and with spiritual realities are in disarray. We have disordered attachments to the things our passions crave, and insufficient attachments to the things that give us life. We embrace the world’s vision of the good life. We ignore, if not outright eschew, the pattern of sacrifice and death to self that the coming of Christ demands.
This need for renewal is relevant to the way many of us approach education. We have been habituated into worldly notions about the task of learning. We view education primarily as the acquisition of credentials, a sequence of successfully completed assignments and examinations, as a 12 to 16 or even 18 to 20 years long initiation rite into the workforce. Higher education is structured as the means to prestige, and even as the right to assume intellectual and moral superiority over the uncredentialed. Knowledge is seen as power because we have embraced the modernist concept that human relationships are reducible to power dynamics.
This is not the Church’s view of education. Pope Bl. Piux IX wrote in his famous Syllabus of Errors that it is an error for Catholics to “approve of the system of educating youth unconnected with Catholic faith and the power of the Church, and which regards the knowledge of merely natural things, and only, or at least primarily, the ends of earthly social life.” In other words, it is an error to assume that the “only, or at least primary” goal of a young person’s education is to prepare him or her for success in college or the workforce.
Why did the Pope say this? Because he understood the significance of Advent. He understood that a school should help young people order their loves and attachments to those things which lead to human flourishing and eternal life. Pius IX understood that God loves us by making truth and beauty accessible through faith and reason, and that we love God back by learning what is true and creating works of beauty. He knew that it is not only theology classes that should be ordered to knowing and loving God, but also mathematics and science, the humanities and the arts.
In this Advent season, I ask Canongate’s teachers, students, parents and supporters to join me in considering how we need to reconfigure the ways we think about education. As Father said in his homily, “the coming of Jesus changes everything.”
Adviento y educación
En el primer domingo de Adviento, el padre Porras predicó una homilía desafiante y contundente. Su punto era que el Adviento era un tiempo de penitencia porque la venida de Jesús requiere cambios fundamentales en el modo en que actuamos y pensamos. Apartados de Cristo, nuestras relaciones con las personas, con el mundo y con las realidades espirituales están en desajuste. Tenemos apegamientos desordenados hacia las cosas que nuestras pasiones ansían, y vínculos insuficientes hacia las cosas que nos aportan vida. Abrazamos la visión mundana de una buena vida. Ignoramos, si no es que deliberadamente evitamos, el modelo de sacrificio y muerte al yo que la venida de Cristo exige.
Esta necesidad de renovación es relevante al modo en que muchos de nosotros nos aproximamos a la educación. Nos hemos habituado a nociones mundanas de la tarea del aprendizaje. Vemos la educación primariamente como la adquisición de credenciales, una serie de exámenes y asignaciones exitosamente completadas, como si se tratara de un largo rito de iniciación de 12 a 16, o incluso de 18 a 20 años para entrar en el campo laboral. La educación superior está estructurada en términos de prestigio, e incluso como un derecho a asumir una superioridad intelectual y moral sobre aquellos sin credenciales. El conocimiento es visto como un poder porque hemos asimilado el concepto moderno de que las relaciones humanas se reducen a dinámicas de poder.
Esta no es la visión de la Iglesia para la educación. El beato papa Pío IX en su famoso Syllabus de Errores escribió que era un error para los católicos “aprobar aquella forma de educar a la juventud que esté separada de la fe católica y de la potestad de la Iglesia, y mire solamente la ciencia de las cosas naturales y de un modo exclusivo, o por lo menos primario, a los fines de la vida civil y terrena.” En otras palabras, es un error asumir que “de un modo exclusivo, o por lo menos primario” el objetivo de la educación de un joven sea prepararlo para tener éxito en la universidad o en el campo laboral.
¿Por qué dijo esto el papa? Porque entendía el significado del Adviento. Entendía que una escuela debe ayudar a los jóvenes a ordenar sus amores y apegos hacia aquellas cosas que conducen al florecimiento de la vida humana y a la vida eterna. Pío IX entendía que Dios nos ama al hacer la verdad y la belleza accesibles a través de la fe y la razón, y que amamos a Dios de vuelta al aprender lo que es verdadero y al crear obras bellas. El papa sabía que no solo las clases de teología debían estar ordenadas a conocer y amar a Dios, sino también las matemáticas y las ciencias, las humanidades y las artes.
En este tiempo de Adviento, pido a los maestros, estudiantes, padres y beneficiarios de Canongate que se unan a mí en la consideración de cómo necesitamos reconfigurar los modos en que pensamos sobre educación. Como el padre Porras dijo en su homilía: “la venida de Jesús lo cambia todo.”