Artículo en español.
A math person, or a humanities person? Are you a reader, or a counter? A lover of science, or a lover of literature? Are you right brain, or left brain?
When we ask these kinds of questions, we assume that we belong in one of two categories: those who are good at math or science, and those who are good at the humanities or the fine arts. There is some truth to this. Most of us feel more competent and happy working in one area or the other
For a different perspective, let us think about this Christologically. Is Jesus a math person, or a humanities person? Is he right brain, or left brain? Would he rather spend an afternoon reading a great novel, or studying flora and fauna? Putting the question to Christ is obviously an absurd line of inquiry. Christ, the source of all truth and beauty, sees reality as a unity, delighting in its totality, as well as in its mathematical and poetic particulars.
But wait, if we as Christians are being “transformed into his image” (2 Cor 3:18), does that not suggest that in some way we should share his love of all truth and beauty, of all things mathematical and philosophical, measurable and artistic? Are we to disdain anything that finds its origin in him, anything that he gives as a gift to those made in his image? Moreover, since all truth finds its source and unity in the Divine Logos himself, how accurate is it to divide truth into various hermetically sealed compartments? Is it possible that the poetic is mathematical, and the mathematical poetic? That the scientific unfolds beauty, and that art reveals truths about the natural world? Is it possible that scientists can be literary, and story-tellers can be mathematicians?
We have allowed our division of knowledge into specialized domains to deceive us into believing that learning is about indulging our intellectual strengths and neglecting our intellectual weaknesses. Can it be that we have accepted a truncated view of human nature that cuts against our Catholic understanding of union with Christ? Has our modern preoccupation with specialization led us to cut ourselves off from growing more fully into the indivisible image of the Divine Logos himself?
Clearly, no individual can achieve in himself the fullness of knowledge that Christ possesses. Yet in our longing to be like him, should we not desire to understand a bit more of what he understands fully? To gain an appreciation for what delights him? I am to love my neighbor as Christ loves my neighbor, especially that difficult one. Should I not also love those realities that do not immediately inspire my interest, or those domains of knowledge which require significant intellectual work to understand? Is it the place of the student only to pursue that which comes easy or brings pleasure, and simply to endure what is difficult or seems irrelevant to a future career?
What if your high school literature teacher were to help you see how language and poetry depend upon mathematical patterns for their power? What if your math teacher includes art and music in the curriculum, to help you see the mathematical principles of perspective and rhythm that are integral to each? What if your teachers model that to be a science person is also to appreciate Gregorian chant and the poetry of Yeats? Or that a lover of the humanities is not only adept at scanning Latin verse, but also at measuring a line around a sphere?
This is what we as educators aspire to be at Canongate. None of us have arrived, but it is the vision and goal that I as principal have set before myself and our teachers. Why do we want to be these kinds of teachers? Because our God is the one who inspired the sung poetry of the psalter, but also “hast arranged all things by measure and number and weight” (Wisdom 11:20). It is in the image of that God that our students have been created, and it is into that image they are being restored.
¿Qué tipo de persona eres?
¿Una persona de números o de humanidades? ¿Eres más un lector o un contador? ¿Un amante de las ciencias o de la literatura? ¿Alguien del hemisferio derecho o del hemisferio izquierdo?
Cuando hacemos estas preguntas, asumimos que pertenecemos a una de dos categorías: aquellos que son diestros para las matemáticas y las ciencias, y aquellos que son buenos para las humanidades y las bellas artes. Hay una cierta verdad en esto. La mayoría de nosotros nos sentimos más competentes y contentos trabajando en un área o en otra.
Para una perspectiva diferente, pensemos sobre ello cristológicamente. ¿Es Jesús una persona de matemáticas o de humanidades? ¿Es él alguien de hemisferio derecho o izquierdo? ¿Preferiría pasar la tarde leyendo una gran novela, o estudiando la flora y la fauna? Poner estas preguntas a Cristo es obviamente una línea de indagación absurda. Cristo, origen de toda la verdad y la belleza, ve la realidad como una unidad, se deleita en su totalidad, tanto en sus matemáticas como en sus particularidades poéticas.
Pero espera, si como cristianos estamos siendo “transformados en su misma imagen” (2 Cor 3, 18), ¿no sugiere ello que deberíamos compartir su amor por toda la verdad y belleza, por todas las cosas matemáticas y filosóficas, mensurables y artísticas? ¿Habremos de desdeñar alguna cosa que tiene su origen en él, aquello que él ha ofrecido como un regalo a los que están hechos a su imagen? Más aún, puesto que toda la verdad encuentra su origen y unidad en el mismo Logos Divino, ¿qué tan acertado es dividir la verdad en varios compartimientos herméticamente sellados? ¿Es posible que lo poético sea matemático, y lo matemático poético? ¿Que lo científico despliegue belleza, y que el arte refleje verdades sobre el mundo natural? ¿Es posible que los científicos sean literatos y los narradores matemáticos?
Hemos permitido la división del conocimiento entre dominios especializados para engañarnos en la creencia de que aprender es acerca de embebernos en nuestras fortalezas intelectuales, y desatender nuestras debilidades intelectuales. ¿Es posible que hayamos aceptado una visión truncada de la naturaleza humana, que rompe con nuestro entendimiento católico de la unión con Cristo? ¿Nuestra preocupación moderna con la especialización nos ha apartado de crecer de forma más plena en la indivisible imagen del mismo Logos Divino?
Claramente, ningún individuo puede alcanzar en sí mismo la plenitud de conocimiento que Cristo posee. Aún así, en nuestro anhelo de ser como él, ¿no deberíamos tratar de entender más lo que él entiende plenamente? ¿De ganar en apreciación de aquello que lo deleita? Debo amar a mi prójimo como Cristo lo ama, especialmente aquel que es difícil de llevar. ¿No debería amar también esas realidades que no inspiran mi interés inmediatamente, o esos dominios del conocimiento que requieren un significativo trabajo intelectual para entenderlos? ¿Es el lugar del estudiante perseguir solamente aquello que le viene fácil y le brinda placer, o simplemente soportar lo que es difícil o parece irrelevante para una futura carrera profesional?
¿Qué si tu profesor de literatura de secundaria te ayudara a entender cómo el lenguaje y la poesía dependen de patrones matemáticos para tener su poder? ¿Qué si tu profesor de matemáticas incluye arte y música en su currículo, para ayudarte a ver los principios matemáticos de perspectiva y ritmo que son integrales a cada uno? ¿Qué si tus profesores proponen que ser una persona de ciencias es también apreciar el canto gregoriano y la poesía de Yeats? ¿Que un amante de las humanidades no es solo adepto a escanear versos latinos sino también a medir la línea en torno a una esfera?
Esto es a lo que aspiran los educadores en Canongate. Ninguno de nosotros ha alcanzado ese ideal, pero esa es la visión y la meta que yo como director he dispuesto ante mí y para nuestros maestros. ¿Por qué queremos ser esta clase de maestros? Porque Dios es el que ha inspirado la poesía cantada del salterio, pero también quien lo ha “dispuesto todo con medida, número y peso” (Sab 11, 20). Es en la imagen de Dios que nuestros estudiantes han sido creados, y es en esa imagen que están siendo restaurados.